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西班牙语:西班牙语阅读《一千零一夜》连载十二 b

发布时间:2012-05-15来源:查字典留学网

西班牙语:西班牙语阅读《一千零一夜》连载十二 b

西语阅读:《一千零一夜》连载十二 b

Y CUANDO LLEGÓ LA 25a NOCHE

Doniazada dijo a Schabrazada: “¡Oh hermana mía! Te ruego que nos cuentes la continuación de esa historia del jorobado, con el sastre y su mujer.” Y Sehahrazada repuso: “¡De todo corazón y como debido homenaje! Pero no sé si lo consen­tirá el rey.” Entonces el rey se apre­suró a decir: “Puedes contarla.” Y Schahrazada dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que cuando el sastre vio morir de aquella manera al joroba­do, exclamó: “¡Sólo Alah él Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder! ¡Qué desdicha que este pobre hombre haya venido a morir preci­samente entre nuestras manos!” Pero la mujer replicó: “¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No conoces estos ver­sos del poeta?

¡Oh alma mía! ¿por qué te sumerges en lo absurdo hasta enfermar? ¿Por qué te preocupas con aquello que te acareará la pena y la zozobra?

¿No temes al fuego, puesto que vas a sentarte en él? ¿No sabes que quien se acerca al fuego se expone a abra­sarse.

Entonces su marido le dijo: “No sé, en verdad, qué hacer.” Y la mujer respondió: “Levántate, que entre los dos lo llevaremos, tapándole con una colcha de seda, y lo sacaremos ahora mismo de, aquí, yendo tú detrás y yo delante. Y por todo el camino irás diciendo en alta voz: “¡Es mi hijo, y ésta es su madre! Vamos buscando a un médico que lo cure. ¿En dónde hay un médico?”

Al oír el sastre estas palabras se levantó, cogió al jorobado en brazos, y salió de la casa en seguimiento de su esposa. Y la mujer empezó a clamar: “¡Oh mi pobre hijo! ¿Podre­mos verte sano y salvo? ¡Dime! ¿Sufres mucho? ¡Oh maldita viruela! ¿En qué parte del cuerpo te ha brotado la erupción?” Y al oírlos, decían los transeúntes: “Son un pa­dre y una madre que llevan a un niño enfermo de viruelas.” Y se apresuraban a alejarse.

Y así siguieron andando el sastre y su mujer, preguntando por la casa de un médico, hasta que los llevaron a la de un médico judío. Llamaron entonces, y en seguida bajó una ne­gra, abrió la puerta, y vio a aquel hombre que llevaba un niño en bra­zos, y a la madre que lo acompaña­ba. Y ésta le dijo: “Traemos un niño para que lo vea el médico. Toma este dinero, un cuarto de di­nar, y dáselo adelantado a tu amo, rogándole que baje a ver al niño, porque está muy enfermo.”

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Volvió a subir entonces la criada, y en seguida la mujer del sastre traspuso el umbral de la casa, hizo entrar a su marido, y le dijo: “Deja en seguida ahí el cadáver del joro­bado. Y vámonos a escape.” Y el sastre soltó el cadáver del jorobado, dejándolo arrimado al muro, sobre un peldaño de la escalera, y se apre­suró a marcharse, seguido por su mujer.

En cuanto a la negra, entró en casa de su amo el médico judío, y le dijo: “Ahí abajo queda un enfer­mo, acompañado de un hombre y una mujer, que me han dado para ti este cuarto de dinar para que recetes algo que le alivie. Y cuando el médico judío vio el cuarto de dinar, se alegró mucho y se apresuró a levantarse; pero con la prisa no se acordó de coger una luz para bajar. Y por esto tropezó con el jorobado, derribándole. Y muy asustado, al ver rodar a un hombre, le examinó en seguida,. y al comprobar que estaba muerto, se creyó causante de su muerte. Y gritó entonces: “¡Oh Señor! ¡Oh Alah justiciero! Por las diez palabras santas!” Y siguió invo­cando a Harún, a Yuschah, hijo de Nun, y a los demás. Y dijo: “He aquí que acabo de tropezar con este enfermo, y le he tirado rodando por la escalera. Pero ¿cómo salgo yo ahora de casa con un cadáver?” De todos modos, acabó por cogerlo y llevarlo desde el patio a su habita­ción, donde lo mostró a su mujer, contando todo lo ocurrido. Y ella exclamó aterrorizada: “¡No, aquí no lo podemos tener! ¡Sácalo de casa cuanto antes! Como continúe con nosotros hasta la salida del sol, esta­mos perdidos sin remedio. Vamos a llevarlo entre los dos a la azotea y desde allí lo echaremos a la casa de nuestro vecino el musulmán. Ya sabes que nuestro vecino es el inten­dente proveedor de la cocina del rey, y su casa está infestada de ratas, perros y gatos, que bajan por la azotea para comerse las provisiones de aceite, manteca y harina. Por tanto, esos bichos no dejarán de co­merse este cadáver, y lo harán des­aparecer.”

Entonces el médico judío y su mujer cogieron al jorobado y lo llevaron a la azotea, y desde allí lo hicieron descender pausadamente hasta la casa del mayordomo, dejan­dolo de pie contra la pared de la cocina. Después se, alejaron, descen­diendo a su casa tranquilamente.

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Pero haría pocos momentos que el jorobado se hallaba arrimado con­tra la pared, cuando el intendente, que estaba ausente, regresó a su casa, abrió la puerta, encendió una vela, y entró. Y encontró a un hijo de Adán de pie en un rincón: junto a la pared de la cocina. Y el intenden­te, sorprendidísimo, exclamó: “¿Qué es eso? ¡Por Alah! He aquí, que el ladrón que acostumbraba a robar mis provisiones no era un bicho, sino un ser humano. Este es el que me roba la carne y la manteca, a pesar de que las guardo cuidadosa­mente por temor a los gatos y a los perros. Bien inútil habría sido matar a todos los perros y gatos del barrio, como pensé hacer puesto que este individuo es el que bajaba por la azotea.” Y en seguida agarró el inten­dente una enorme estaca,, yéndose para el hombre, y le dio de garro­tazos, y aunque le vio caer, le siguió apaleando. Pero como el, hombre no se movía, el intendente advirtió que estaba muerto, y entonces dijo desolado: “¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder!” Y después añadió: “¡Maldi­tas sean la manteca y la carne, y maldita esta noche! Se necesita tener toda la mala suerte que yo tengo para haber matado así a este hom­bre. Y no sé qué hacer con él.” Después lo miró con mayor atención, comprobando que era jorobado. Y le dijo: “¿No te basta con ser joro­beta? ¿Querías también ser ladrón y robarme la carne y la manteca de mis provisiones? ¡Oh Dios protector, ampárame con el velo de tu poder!” Y como la noche se acababa, el intendente se echó a cuestas al joro­bado, salió de su casa anduvo cargado con él, hasta que llegó a la entrada del zoco. Paróse entonces, colocó de pie al jorobado junto a una tienda, en la esquina de una bocacalle, y se fue.

Y al poco tiempo de estar allí el cadáver del jorobado, acertó a pasar un nazareno. Era el corredor de comerció del sultán. Y aquella noche estaba beodo. Y en tal estado iba al hammam a bañarse. Su borrachera le incitaba a las cosas más curiosas, y se decía: “¡Vamos, que eres casi como el Mesías!” Y marchaba haciendo eses y tambaleándose, y acabó por llegar adonde estaba el jorobado. Pero de pronto vio al jorobado delan­te de él, apoyado contra la pared. Y al encontrarse con aquel hombre, que seguía inmóvil, se le figuró que era un ladrón y que acaso fuese, quien le había robado el turbante, pues el corredor nazareno iba sin nada a la cabeza. Entonces se abalanzó contra aquel hombre, y le dio un golpe tan violento en la nuca que lo hizo caer al suelo. Y en seguida empezó a dar gritos llamando al guarda del zoco. Y con la excitación de su embriaguez, siguió golpeando al joro­bado y quiso estrangularlo, apretón­dole la garganta con ambas manos. En este momento llegó el guarda del zoco y vio al nazareno encima del musulmán, dándole golpes y a punto de ahogarlo. Y el guarda dijo:

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¡Deja a ese hombre y levántate!”, Y el cristiano se levantó. Entonces el guarda del zoco se acercó al jorobado, que se hallaba tendido en el suelo, lo examinó, y vio que estaba muerto. Y gritó enton­ces: “¿Cuándo se ha visto que un nazareno tenga la audacia de golpear a un musulmán y matarlo? Y el guarda se apoderó del nazareno, le ató las manos a la espalda y le llevó a casa del walí. Y el nazareno, se lamentaba y decía: “¡Oh Mesías, oh Virgen! ¿Cómo habré podido matar a ese hombre? ¡Y qué pronta ha muerto, sólo de un puñetazo! Se me pasó la borrachera, y ahora viene la reflexión.”

Llegados a casa del walí, el naza­reno y el cadáver del jorobado que­daron encerrados toda la noche, has­ta que él walí se despertó por la ma­ñana. Entonces el walí interrogó al nazareno, que no pudo negar los hechos referirlos por el guarda, del zoco. Y el walí no pudo hacer otra cosa que condenar a muerte a aquel, nazareno que había matado a un musulmán. Y ordenó que el porta­alfanje pregonara por toda la ciudad la sentencia de muerte del corredor nazareno. Luego mandó que levan­tasen la horca y se llevasen a ella al sentenciado.

Entonces se acercó el portaalfanje y preparó, la cuerda, hizo el nudo corredizo, se lo pasó al nazareno por el cuello, y ya iba a tirar de él, cuando de pronto el proveedor del sultán hendió la muchedumbre y abriéndose camino hasta el nazare­no, que estaba de pie junto a la horca, dijo al portaalfanje: “¡Deten­te! ¡Yo soy quien ha matado a ese hombre!” Entonces el walí le pre­guntó: “¿Y por qué le mataste?” Y el intendente dijo: “Vas a saberlo. Esta noche, al entrar en mi casa, advertí que se había metido en ella descolgándose por la terraza, para robarme las provisiones. Y le di un golpe en el pecho con un palo, y en seguida le vi caer muerto. Enton­ces le cogí a cuestas y le traje al zoco, dejándole de pie arrimado contra una tienda en tal sitio y en tal esquina. Y he aquí que ahora, con mi silencio iba a ser causa de que matasen a este nazareno, después de haber sido yo quien mató a un musulmán. ¡A mí, pues, hay que ahorcarme!”

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Cuando el walí hubo oído las pala­bras del proveedor, dispuso que sol­tasen al nazareno, y dijo al porta­alfanje: “Ahora mismo ahorcarás a este hombre, que acaba de confesar su delito.”

Entonces el portaalfanje cogió la cuerda que había pasado por el cue­llo del cristiano y rodeó con ella el cuello del proveedor, lo llevó juntó al patíbulo, y lo iba a levantar en el aire, cuando de pronta el médico judío atravesó la muchedumbre, y dijo a voces al portaalfanje: “¡Aguar­da! ¡El única culpable soy yo!” Y después contó así la cosa: “Sabed todos que este hombre me vino a buscar para consultarme, a fin de que lo curara. Y cuando yo bajaba la escalera para verle, como era de noche, tropecé, con él y rodó hasta lo último de la escalera, convirtién­dose en un cuerpo sin alma. De modo que no deben matar al pro­veedor, sino a mí solamente. Entonces el walí dispuso la muerte del médico judío. Y el portaalfanje quitó la cuerda del cuello del pro­veedor y la echó al cuello del médico judío, cuando se vio llegar al sastre, que, atropellando a todo el mundo, dijo: “¡Detente! Yo soy quien lo maté. Y he aquí lo que ocurrió. Salí ayer de paseo y regresaba a mi casa al anochecer. En el camino encontré a este jorobado, que estaba borracho y muy divertido, pues llevaba en la mano una pandereta y se acompa­ñaba con ella cantando de una ma­nera chistosísma. Me detuve para contemplarle y divertirme, y tanto me regocijó, que lo convidé a comer en mi casa. Y compré pescado entre otras cosas„ y, cuando estábamos comiendo, tomó mi mujer un trozo de pescado, que colocó en otro de pan, y se lo metió todo en la boca a este hombre y el bocado le ahogó, muriendo en el acto. Entonces lo cogimos entre mi mujer y yo y lo lle­vamos a casa del médico judío. Bajó a abrimos un negra, y yo le dije lo que le dije. Después le di un cuarto de dinar para su amo. Y mien­tras ella subía, agarré en seguida al jorobado y lo puse de pie contra el muro de la escalera, y yo y mi mujer nos fuimos a escape. Entre­tanto, bajó el médico judío para ver al enfermo; pero tropezó con el joro­bado, que cayó en tierra, y el judío creyó que lo había matado él.”

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Y en este momento, el sastre se volvió hacia el médico judío y le dijo: ¿No fue así?” El médico repuso: “¡Esa es la verdad!” Entonces, el sastre, dirigiéndose al walí, exclamó: ¡Hay, pues, que soltar al judío y ahorcarme a mí!”

El walí, prodigiosamente asombra­do, dijo entonces: “En verdad que esta historia merece escribirse en los anales y en los libros.” Después mandó al portaalfanje que soltase al judío y ahorcase al sastre, que se había declarado culpable. Entonces el portaalfanje llevó al sastre junto a la horca, le echó la soga al cuello, y dijo: “¡Esta vez va de veras! ¡Ya no habrá ningún otro cambio!” Y agarró la cuerda.

¡He aquí todo, por el momento! En cuanto al jorobado, no era otro que el bufón del sultán, que ni una hora podía separarse de él. Y el jorobado, después de emborra­charse aquella noche, se escapó de palacio, permaneciendo ausente toda la noche. Y al otro día, cuando el sultán preguntó por él, le dijeron: ¡Oh señor, el walí te dirá que el jorobado ha muerto, y que su mata­dor iba a ser ahorcado!, Por eso el walí había mandado ahorcar al ma­tador, y el verdugo se preparaba a ejecutarle; pero entonces se presentó un segundo individuo, y luego un tercero, diciendo todos: “¡Yo soy el único que ha matado al joroba­do!” “Y cada cual contó al walí la causa de la muerte.”

Y el sultán, sin querer escuchar más, llamó a un chambelán y le dijo: “Baja en seguida en busca, del walí y ordénale que, traiga a toda esa gente que está junto a la horca.”

Y el chambelán bajó, y llegó junto al patíbulo, precisamente cuando el verdugo iba a éjecutar al sastre.” Y el chambelán gritó: “¡Detente!” Y en seguida le contó al walí que ésta historia del jorobado había llegado a oídos del rey. Y se lo llevó, y se llevó también al sastre, al médico judío, al corredor nazareno y al pro­veedor, mandando transportar tam­bién el cuerpo del jorobado, y con todos ellos marchó en busca del sultán.

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Cuando el walí se presentó entre las manos del rey; se inclinó, y besó la tierra, y refirió toda la historia del jorobado, con todos sus porme­nores, desde el principio hasta el fin. Pero es inútil repetirla.

El sultán,, al oir tal historia, se maravilló mucho y llegó al límite más extremo de la hilaridad. Después mandó a los escribas de palacio que escribieran esta historia con aguja de oro. Y luego preguntó a todos los presentes: “¿Habéis oído alguna vez historia semejante a la del jorobado?” Entonces el corredor nazareno avanzó un paso, besó la tierra entre las manos del rey, y dijo: “¡Oh rey de los siglos y del tiempo! Se una historia mucho más asombrosa que nuestra aventura con el jorobado. La referiré, si me das tu venia, por­ que es mucho más sorprendente, más extraña y más deliciosa que la del jorobado.”

Y dijo el rey: “¡Ciertamente! Desembucha lo que hayas de decir para que lo oigamos.”

Entonces, el corredor nazareno dijo:

RELATO DEL CORREDOR NAZARENO

“Sabe, ¡oh rey del tiempo! que vine a este país para un asunto comercial. Soy un extranjero a quien el Destino encaminó a tu reino. Porque yo nací en al ciudad de El Cairo y soy copto entre los coptos. Y es igualmente cierto que me crié en El Cairo, y en aquella ciudad fue corredor mi padre antes que yo.

Cuando murió mi padre ya había llegado yo a la edad de hombre. Y por eso fui corredor como él, pues contaba con toda clase de cualida­des para este oficio, que es la espe­cialidad entre nosotros los coptos.

Pero un día entré los días estaba yo sentado a la puerta del khan de los mercaderes de granos, y el pasar a un joven, hermoso como la luna llena, vestido con el más suntuoso traje y montado en un borrico blanco ensillado con una silla roja. Cuando me vio este joven me saludó, y yo me levanté por consideración hacia él. Sacó entonces un pañuelo que con­tenía una muestra de sésamo, y me preguntó: “¿Cuánto vale el ardeb de esta clase de sésamo?' Y yo le dije: “Vale cien dracmas.” Entonces me contestó: “Avisa a los medidores de granos y ven con ellos al khan Al-Gaonalí, en el barrio de Bab Al­-Nassr; allí me encontrarás.” Y se alejó, después de darme el pañuelo que contenía la muestra de sésamo.

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Entonces me dirigí a todos los mercaderes de granos y les enseñé la muestra que yo había justipre­ciado en cien dracmas. Y los mer­caderes la tasaron en ciento veinte dracmas por ardeb. Entonces me alegré sobremanera, y haciéndome acompañar de cuatro medidores, fui en busca del joven, que, efectiva­mente, me aguardaba en el khan. Y al verme, corrió a mi encuentro y me condujo a un almacén donde estaba el grano, y los medidores llenaron sus sacos, y lo pesaron todo, que ascendió en total a cincuenta medidas en ardebs. Y el joven me dijo: “Te corresponden por comisión diez dracmas por cada ardeb que se venda a cien dracmas. Pero has de cobrar en mi nombre todo el dinero, y lo guardarás cuidadosamente en tu casa, hasta que lo reclame. Como su precio total es cinco mil dracmas, te quedarás con quinientos, guar­dando para mí cuatro mil quinientos: En cuanto despache mis negocios, iré a buscarte para recoger esa can­tidad.” Entonces yo le contesté: “Escucho y obedezco.” Después le besé las manos y me fui.

Y efectivamente, aquel día gané mil dracmas de corretaje, quinientos del vendedor y quinientos de los com­pradores, de modo que me corres­pondió el veinte por ciento, según la costumbre de los corredores egip­ciós.

En cuanto al joven, después de un mes de ausencia, vino a verme y me dijo: “¿Dónde están los dracmas?” Y le contesté en seguida: “A tu disposición; helos aquí metidos en este saco.” Pero él me dijo: “Sigue guardándolos algún tiempo hasta que yo venga a buscarlos.” Y se fue y estuvo ausente otro mes, y regresó y me dijo: “¿Dónde están los drac­mas?” Entonces yo me levanté, le saludé y le dije: “Aquí están a tu dis­posición. Helos aquí.” Después añadí: “¿Y ahora quieres honrar mi casa viniendo a comer conmigo un plato o dos, o tres o cuatro?” Pero se negó y me dijo: “Sigue guardando el dinero, hasta que venga a recla­mártelo, después de haber despacha­do algunos asuntos urgentes.” Y se marchó. Y yo guardé cuidadosa­mente el dinero que le pertenecía, y esperé su regreso.

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Volvió al cabo de un mes, y me dijo: “Esta noche pasaré por aquí y recogeré el dinero.” Y le preparé los fondos; pero aunque le estuve aguardando toda la noche y varios días consecutivos, no volvió hasta pasado un mes; mientras yo decía para mí: “¡Qué. confiado es ese joven! En toda mi vida, desde que soy corredor en los khanes y los zocos, he visto confianza como esta.” Se me acercó y le vi, como siempre, en su borrico, con suntuoso traje; y era tan hermoso como la luna llena, y tenía el rostro brillante y fresco como si saliese del hammam, y son­rosadas las mejillas y la frente como una flor lozana, y en un extremo del labio un lunar, como gota de ámbar negro, según dice el poeta:

¡La luna llena se encontró con el sol en lo alto de la torre, ambos en todo el esplendor de su belleza!

¡Tales eran los dos amantes! ¡Y cuantos los veían, tenían que admirar­los y desearles completa felicidad!

¡Y ahora son tan hermosos, que cautivan el alma!

¡Gloria, pues, a Alah, que realiza tales prodigios y forma sus criaturas a su deseo!

Y al verle, le besé las manos e invoqué para él todas las bendiciones de Alah, y le dije: “¡Oh mi señor! Supongo que ahora recogerás tu dinero.” Y me contestó: “Ten toda­vía un poco de paciencia; pues en cuanto acabe de despachar mis asun­tos vendré a recogerlo.” Y me volvió la espalda y se fue. Y yo supuse que tardaría en volver, y saqué el dinero y lo coloqué con un interés de veinte por ciento, obteniendo de él cuantiosa ganancia. Y dije para mí:- “¡Por Alah! Cuando vuelva, le rogaré que acepte mi invitación, y le trataré con toda largueza, pues me aprovecho de sus fondos y me estoy haciendo muy rico.”

Y transcurrió un año, al cabo del cual regresó, y le vi vestido con ropas más lujosas que antes, y siem­pre montado en su borrico blanco, de buena raza.

Entonces le supliqué fervorosamente que aceptase mi invitación y comiera en mi casa, a lo cual me contestó:: “No tengo inconveniente, pero con la condición de que el dinero para los gastos no los saques de los fondos que me pertenecen y están en tu casa.” Y se echó a reír. Y yo hice lo mismo. Y le dije: “Así sea, y de muy buena gana.” Y le lleve a casa, y le rogué que se senta­se, y corrí al zoco a comprar toda clase de víveres, bebidas y cosas semejantes, y lo puse todo sobre el mantel entre sus manos, y le invité a empezar, diciendo: “¡Bismnah!” Entonces se acercó a los manjares, pero alargó la mano izquierda, y se puso a comer con esta mano izquierda. Y yo me quedé sorpren­didísimo, y no supe qué pensar. Terminada la comida, se lavó la mano izquierda sin auxilio de la derecha, y yo le alargué la toalla para que se secase, y después nos sentamos a conversar.

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Entonces le dije: “¡Oh mi gene­roso señor! Líbrame de un peso que me abruma y de una tristeza que me aflige. ¿Por qué has comido con la manó izquierda? ¿Sufres alguna en­fermedad en tu mano derecha?” Y al oirlo el mancebo, me miró y recitó estas estrofas:

¡No preguntes por los sufrimientos y dolores de mi alma! ¡Conocerías mi mal!

¡Y sobre todo, no preguntes si soy feliz! ¡Lo fuíl ¡Pero hace tanto tiempo! ¡Desde entonces, todo ha cambiado! ¡Y contra lo inevitable no hay más que invocar la cordura!

Después sacó el brazo derecho de la manga del ropón, y vi que la mano estaba cortada, pues, aquel brazo terminaba en un muñón. Y me quedé asombrado profundamente. Pero él me dijo: “¡No te asombres tanto! Y sobre todo, no creas que he comido con la mano izquierda por falta de consideración a tu per­sona, pues ya ves que ha sido por tener cortada la derecha. Y el moti­vo de ello no puede ser más sor­prendente.” Entonces le pregunté: “¿Y cuál fue la causa?” Y el joven suspiró, se le llenaron de lágrimas los ojos, y dijo:

“Sabe que yo, soy de Bagdad. Mi padre era uno de los principales per­sonajes entre los personajes. Y yo, hasta llegar a la edad de hombre, pude oír los relatos de los viajeros, peregrinos y mercaderes que en casa de mi padre nos contaban las mara­villas de los países egipcios. Y retuve en la memoria todos estos relatos, admirándolos en secreto, hasta que falleció mi padre. Entonces cogí cuantas riquezas pude reunir, y mu­cho dinero, y compré gran cantidad de mercancías en telas de Bagdad y de Mossul, y otras muchas de alto precio y excelente clase; lo empa­queté todo y salí de Bagdad. Y como estaba escrito por Alah que había de llegar sano y salvo al término de mi viaje, no tardé en hallarme en esta ciudad de El Cairo, que es tu ciu­dad.”

Pero en este momento el joven se echó a llorar y recitó estas es­trofas:

¡A veces, el ciego, el ciego de naci­miento, sabe sortear la zanja donde cae el que tiene buenos ojos!

¡A veces, el insensato sabe callar las palabras que, pronnnciádas por el sabio, son la perdición del sabio!

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2012年02月22日 《西班牙语:西班牙语阅读《一千零一夜》连载十二 b》来源于西班牙留学

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